jueves, 26 de junio de 2014

13. TIERRA DE CAMPOS


    Salida de Medina de Rioseco. Carretera de León. Desvío a Villalón de Campos. Los árboles en Tierra de Campos.  Berrueces. Hacia Moral de la Reina. La Plaza de Moral. Un bar-club cultural. Camino a Cuenca de Campos. La Plaza Mayor de Cuenca de Campos. Un poco de historia. Iglesias  parroquiales. San Bernardino de Sena. Hacia Villalón de Campos. Historia e iglesias de Villalón. El "rollo". Por  las calles de Villalón.


El caminante sale de Medina de Rioseco por donde están unos "silos" para almacenar el trigo de Tierra de Cam­pos. La carretera de León está muy concurrida de tráfico a esta hora de la mañana en ambos sentidos. Deja atrás las últi­mas casas y observa en una tapia las flechas amarillas que le indican el camino por el trazado del antiguo ferrocarril a Villalón. Sabe que está en mal estado y que han de­saparecido los puentes, por lo que decide continuar por la carretera de León.


En el primer cruce ve las indicaciones de Villalpando, a la izquierda, y Tamariz, a la derecha, y con­tinúa al frente, hacia Berrueces, que está a cinco o seis ki­lómetros. El calor empieza a ser sofocante y todavía no es mediodía. Algunas personas le dirán más adelante que es uno de los vera­nos más calurosos en Tierra de Campos. Se ha llegado hasta cuarenta grados, lo que no ocurría desde hacía treinta años. A unos tres kilómetros de Medina de Rioseco se des­vía por la carretera de Villalón. Está menos con­cu­rrida de veh­ículos. De vez en cuando pasa un coche, y si van ni­ños, saludan al cami­nante, desde las abiertas ventanillas.


Hay muy pocos árboles en Tierra de Campos. Casi to­dos los via­jeros españoles y extranjeros que han pasado por la zona lo han con­siderado así. Antonio Ponz, jesuíta, admirador del arte y ca­minante impenitente por todas las regiones espa­ñolas, en su "Viaje de España", ya sugería en el siglo XVIII la necesi­dad de plantar árboles en estas tierras. Las ven­ta­jas, para Ponz, eran innumerables, frente a los habituales prejuicios de los agricultores en relación a la competencia entre el árbol y las cosechas de cereales. Sin embargo han prevalecido las opi­niones de los habitantes del territorio  y no hay casi árboles en Tierra de Campos. El viajero divisa quizá los últimos en muchos kilómetros, junto a un pequeño arroyo llamado Aguadillos.


Cuatro kilómetros más adelante se llega al cruce de Berrueces, que está en la carretera de León. Desde donde pasa el caminante no hay más de dos kilómetros en linea recta. En Berrueces han aparecido restos de mosaicos y piedras funera­rias de la época romana. Durante la Edad Media esta villa per­teneció a los Almirantes de Castilla, como Medina de Rioseco. Tiene una iglesia dedicada a San Pedro Apóstol, de origen ro­mánico, con arreglos posteriores de los siglos XVI y XVIII. Actualmente se encuentra en muy mal estado de conservación, y ha sido necesario atender al culto religioso en las antiguas escuelas. En una de las casas de la localidad aún se conserva el escudo de la Inquisición. En Berrueces pueden verse los típicos palomares redondos de toda la Tierra de Campos.





Desde el cruce de Berrueces hasta Moral de la Reina hay otros cuatro kilómetros de camino árido, con subidas y bajadas del terreno. En algunas ocasiones, pocas, un pequeño matorral da una ligera sombra, que permite hacer un descanso en la dura caminata. El agua de la cantimplora se está casi acabando cuando se divisan las primeras casas de Moral de la Reina, junto al último tobogán de la carretera. A la entrada del pueblo se cruza el Arroyo Madre, en cuya ribera vuelve a haber algunos árboles.


Moral de la Reina, que otrora se llamó Moral de la Paz, es un pueblo pequeño, que tiene una amplia plaza, en la que están jugando unos niños con unas bicicletas, a pesar del calor de las primeras horas de la tarde. En la plaza hay un bar, que también es centro cultural, cuando es necesario. En la barra atiende una señora con buena disposición para contar­le las características de su pueblo. Tiene una iglesia parro­quial, del siglo XV, dedicada a Santa María, con un retablo barroco, del siglo XVIII, en el que destaca la Asunción de Nuestra Señora. En el pueblo también hay unas ruinas de la antigua iglesia de San Juan, con una torre mudéjar, y algunos palomares.


Siguiendo las calles orientadas hacia el oeste de la localidad, el caminante sale de Moral de la Reina, para tomar un ancho camino de tierra, construido hace unos años, cuando se realizó la concentración parcelaria. Sigue este ca­mino durante ocho kilómetros hasta Cuenca de Cam­pos. El camino discurre paralelamente a la carretera de Villa­lón y pueden verse los vehículos que pasan por ella. Dos horas más tarde, que se hacen eternas bajo el sol, aparecen las pri­meras casas de Cuenca de Campos, en una pequeña depresión del terre­no que se parece a la parte cóncava de un cuenco de poca pro­fundidad.




El viajero entra en Cuenca de Campos, y se dirige por las calles Real y Domingo Vero a la Plaza Mayor, que está situada en el centro de la villa. La Plaza Mayor tiene la for­ma de un polígono irregular, y está rodeada de soportales. En una de las esquinas, llamada de la Soledad, orientada al me­diodía, suelen reunirse los viejos del lugar, en el invierno, porque es el sitio más soleado. Siempre fue el mentidero, don­de podía contrastarse la opinión popular. Hacia el norte de la Plaza se encuentra el Ayuntamiento, de nobles proporciones. Tiene dos plantas, y en el centro de la fachada el escudo de armas de la villa. El viajero entra en un bar muy concurrido, y deja pasar el tiempo, en la terraza, mientras va disminuyen­do ligeramente el calor de la tarde.

Cuenca de Campos tiene ascendencia vaccea y romana. En la etapa medieval recibió los primeros fueros de la reina Doña Urraca, en el año 1115, y privilegios como villa de mano de Alfonso VII. En el año 1289 se fundó un hospital llamado del Sancti Spiritus. En tiempos de Alfonso XI, el rey cercó la ciudad porque se había hecho fuerte en ella el infante Don Juan Manuel, que tenía pretensión a la corona. Durante la Gue­rra de las Comunidades la villa se mantuvo en el bando impe­rial, como Medina de Rioseco.


En la época medieval se construyó el castillo y las murallas de la villa, hoy derruidos. Su importancia en ese tiempo y en los siglos posteriores lo atestiguó la existencia de varias iglesias parroquiales, ya no existentes, como las de San Mamés, San Juan Bautista y San Pedro Apóstol. La iglesia de Santa María se construyó sobre las ruinas del antiguo cas­tillo, en estilo gótico. Destaca su alta espadaña. No puede verse su interior, con tres naves, porque no está abierta al culto. La parroquia actual es la iglesia de los Santos Justo y Pastor, de estilo mudéjar, del siglo XVI, con un interior, tam­bién de tres naves, y una techumbre con artesonados arabescos. El retablo mayor fue realizado por Pedro de Bolduque, y en la sacristía se conservan esculturas y objetos de orfebrería de las otras iglesias más antiguas.


En el siglo XV se fundó el convento de San Bernardi­no de Sena por la Señora territorial de la villa, Doña María Fernández de Velasco, y estuvo habitado por las monjas franciscanas de Santa Clara. Actualmente también se encuentra en ruinas. Solamente queda en pie la ermita de San Bernardino, patrón de la villa, que es una construcción del siglo XVII, situada a un kilómetro del pueblo hacia el noroeste. Puede verse desde la carretera de Villalón. Parece un milagro, con la sequedad habitual de Tierra de Campos, la verde pradera que rodea la ermita, y la concentración de árboles, uno de los cuales, por su gran tamaño se le conoce como la "copa de San Bernardino". Cuenca de Campos tiene actualmente unos trescientos vecinos dedicados a la agricultura y a la ganadería lanar. 


El viajero sale de Cuenca de Campos por la calle Real, que atraviesa la Plaza Mayor, y llega hasta la carretera de Villalón. Pasa por el Museo Etnográfico, que está cerrado a esta hora de la tarde y por las antiguas cercas de tierra que rodeaban la villa medieval. A la salida del pueblo está el cementerio nuevo y el pequeño santuario llamado el "Cepo de las Ánimas". Desde aquí se celebra un "Vía Crucis" durante la Semana Santa, llamado "el Calvario", hasta la ermita de San Bernardino de Sena, que se encuentra un kilómetro más al nor­te, hacia Villalón. El viajero pasa después por "la Ría", un canal que va hasta el río Sequillo, y que sirve para evitar las riadas producidas por las grandes tormentas, una de las cuales inundó dramáticamente el pueblo en 1797.




Desde la carretera de Villalón se ve la colina donde estuvo el castillo, ocupada actualmente por la iglesia de San­ta María. Junto a ella hay un pequeño edificio que se ha lla­mado "el Conjuradero". Desde este sitio, que permite ver toda la villa, los sacerdotes de Santa María conjuraban las tormen­tas, y hacían rogativas cuando no llovía lo suficiente, que era bastante habitual. En las noches de tormenta se iluminaba una cruz para que sirviera de faro de referencia para los ca­minantes que les hubiese pillado a la intemperie.


Cuatro kilómetros más adelante se llega a Villalón de Campos, la tierra de los buenos quesos, por una larga ave­nida, que deja a la izquierda un pequeño parque y la carretera que viene de Mayorga. Villalón tuvo durante la Edad Media un mercado franco semanal, concedido por Fernando III el Santo, en 1294, de gran importancia para toda la comarca. La villa perteneció a los condes de Benavente por donación de Juan II, que en el año 1436 trasladó a Villalón las ferias de Medina de Rioseco. Por estas fechas empezó a competir con éxito con aque­lla localidad, e incluso la superó en actividad comercial. Todo esto se lo cuenta al viajero el cura párroco de la igle­sia de San Miguel, donde ha ido a sellar la credencial del Camino de Santiago.





El cura párroco de San Miguel es un hombre de media­na edad, que le recibe en un despacho que tiene dentro de la iglesia. Le sigue contando la decadencia de Villalón después de tomar partido por los comuneros, y las dificultades en la Guerra de la Independencia y en la desamortización de Mendizá­bal. En 1834 se creó el Partido Judicial de Villalón, por un Real Decreto de Isabel II, con jurisdicción sobre cuarenta poblaciones de Tierra de Campos. También le cuenta la historia del contrabando en 1845, cuando el Capitán General de Castilla invadió el pueblo con tres mil soldados y abofeteó al Alcalde, lo que produjo una revuelta popular. Los movimientos coopera­tivos tuvieron especial importancia en Villalón, a principios del siglo XX, creándose una Cooperativa Harinera, Panadera y de Consumo y una Caja Rural.


El cura le acompaña a ver la iglesia de San Miguel, de es­tilo gótico-mudéjar, de los siglos XIII y XIV, sin duda alguna el templo más relevante de Villalón. Destaca la arro­gancia de su torre sobre la Plaza, y en su interior el sepul­cro del ca­nónigo Diego González, realizado por Juan de Juni. La iglesia tuvo inicialmente tres naves, y en el siglo XVI se le añadió una cuarta. El sacerdote le muestra el artesonado mudéjar y el órgano barroco. Le desea un buen camino hasta Santiago de Compostela y le sugiere que visite las otras dos iglesias, San Juan Bautista y San Pedro, cada una en uno de los barrios del pueblo.




Al salir de la iglesia se acerca el célebre "Rollo" o picota, un monolito que se construyó en 1523, en el centro de la Plaza de San Miguel, por deseo de Rodrigo Alonso de Pi­mentel, primer Señor de Villalón. Es de estilo gótico flamíge­ro. En otra zona de la Plaza se ha colocado en 1998 la estatua de la "Quesera de Villalón", en bronce, de cuatrocientos kilo­gramos y casi dos metros de altura, en honor a las vendedoras de quesos del tradicional mercado.


Por la calle Real, que atraviesa la villa de sur a norte, el viajero va paseando y viendo los soportales de las típicas casas de la zona, construidas con ladrillo y tapial, para mitigar los rigores térmicos del invierno y del verano. Al llegar a la carretera de Mayorga se introduce por las ca­llejas apartadas del centro, entre pequeñas tiendas y casas de labradores y ganaderos. De lejos ve la espadaña de la iglesia de San Juan Bautista, del siglo XV, que tiene un retablo del Maestro Palanquinos. Continúa hasta la iglesia de San Pedro, del siglo XVIII, con una torre de aspecto mudéjar, soportales de ladrillo y un retablo rococó con la imagen del Cristo de la Salud. Cuando vuelve a la Plaza de San Miguel, aún quedan al­gunas personas haciendo tertulia en las terrazas de los bares. Una buena cena, con el queso de la tierra, prepara al viajero para la larga etapa del día siguiente. 





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