miércoles, 18 de junio de 2014

12. MEDINA DE RIOSECO

12. MEDINA DE RIOSECO

  La ciudad de los Almirantes de Castilla. Historia de Medina de Rioseco. Moclín. Un  paseo por la ciudad. La Rua Mayor. La igl­esia de Santa María. Otras iglesias y conventos. Juan de Juni. La muralla y sus puertas. El Parque. El ferrocarril de Valladolid. Salida de Medina de Rioseco.


El viajero entra en Medina de Rioseco por la calle Garrido Capa y por la avenida de Juan Carlos I, que en otro tiempo fue avenida de Primo de Rivera, entre las modernas terrazas de los bares, la Estación de autobuses y la Plaza de Toros. Busca un lugar donde dormir, cerca de la Plaza de Santo Domingo, en la zona centro de la ciudad. Des­pués de asearse y cambiarse de ropa se da un paseo por la ciu­dad de los Almirantes de Casti­lla, que hoy ha perdi­do su anti­guo es­plendor.


Los reyes castellano-leoneses concedieron fueros y privilegios a la villa en la Alta Edad Media. En ella contendiéron Pedro el Cruel y Enrique de Trastámara y en el año 1421 Juan II se la cedió al Almirante de Castilla, Alfonso Enrí­qu­ez, descendiente indirecto de Alfonso XI y de Leonor de Guz­mán. En la Guerra de las Comunidades estuvo del lado del Empe­rador, y después de Villalar heredó la importancia de Medina del Campo, y comenzó su época opulenta. Carlos V compensó ge­nerosamente los "siete millones y medio de maravedises" que costó a los Almirantes la defensa ante el ataque de los comu­ne­ros. Se la empezó a llamar la India Chica por las ri­quezas que atesoró, y por su relevan­cia artística y comercial.


De este tiempo son la mayoría de sus iglesias y conventos, y el castillo-palacio de los Enríquez, del que so­la­mente quedan recuerdos y algunas ruinas en la zona más alta de la localidad. Felipe IV le concedió el título de ciudad. En el siglo XVIII se inició una paulatina, pero continuada, decaden­cia económica, y una disminución de la población, que quizá empezó con la peste de 1507, de la que no se recupe­ró nunca de forma suficiente.




Peor que la peste fue la invasión de los franceses después de la batalla de Moclín. El mariscal Bessières venció a un ejército anglo-español en las proximida­des de Medina de Rioseco, y sus soldados asaltaron posteriormente la ciudad y los domici­lios particulares de sus habitantes, y bañaron en sangre las ca­lles de la localidad. En el siglo XIX, los procesos desamortizadores le afe­ctaron menos que a otras ciudades de Castilla. El incipiente auge comercial, la agricultura ce­realista y los imprescindi­bles servicios comarcales fueron las características económicas en ese momento de este enclave geo­gráfico de la Tierra de Campos vallisoletana.





Por la Rua Mayor, llamada ahora calle de Lázaro Alonso, entre soportales y pequeñas tiendas, el viajero entra en el corazón de la ciudad antigua. En la calle y plaza de Santa María está la iglesia del mismo nombre, que tiene una hermosa torre barroca y la fachada y el interior gótico-renacentistas. Una boda llena la iglesia y sus aledaños de gentes muy atilda­das. Resulta muy dificil entrar en el interior del templo, a pasar de que están fuera la mayoría de los invitados.


El caminante busca al cura párroco, que está en la sacristía desvistiéndose de las ropas litúrgicas usadas duran­te la ceremonia. Consigue que le selle la credencial del Cami­no de Santiago, cuando el cura se ha despedido de los invitados más conoci­dos y persistentes en la conversación. Según se vacía la iglesia se acerca a la capilla de los Benavente. Eu­genio D'Ors ha escrito de ella que es la "Capilla Sixtina de Castilla". Admira su recargada ornamentación, el retablo rena­centista de Esteban Jordán y las esculturas de Juan de Juni. No puede ver la gran custodia de plata, cincelada por Antonio de Arfe, porque está ya cerrado el museo eclesial, donde se encuentra guardada. 




A la salida de la iglesia de Santa María de Mediavilla, por la calle del Royo Angosto, vuelve a la Rua Mayor, por la esquina de la iglesia de la Santa Cruz. Este templo es de estilo herreriano, y está amenazado de ruinas, aunque en pro­ceso de reconstrucción, según anuncian los carteles junto a su fachada. Sin embargo las obras están paradas en estos meses de verano y se puede suponer que transcurren en forma sosegada. En el interior de la iglesia hay un Cristo de la Paz, del si­glo XVI, posiblemente realizado por Gregorio Fernández, o al­gún escultor de su escuela, y un famoso frontal de plata, del siglo XVII, que es una gran obra de orfebrería.


Un poco más adelante aparece la Plaza Mayor, un es­pacio abierto donde confluyen diversas calles del centro de la ciudad, sin perder sus típicos soportales, que continúan por toda la plaza. En el escaparate de una panadería puede verse  el pan de anís de la Semana Santa riosecana, que ahora se hace durante todo el año, con sus afiligranadas formas, para consumo de los turistas. Enfrente de la tahona está el moderno Ayu­ntamiento, construido en 1973, con su fachada de ladrillo, y sus escudos, arcadas y soportales. En esta plaza, desde uno de sus rincones, Miguel de Unamuno, en cualquiera de sus innume­rables viajes a la ciudad, contemplaba la vida de los ciudada­nos de aquellos años veinte.




Junto a la Plaza Mayor, en la Plaza de la Constitución se encuentra el convento de San Francisco, en la zona de la ciudad en que fueron influyentes los gremios medievales. La Orden franciscana tuvo una gran importancia en Medina de Rio­seco, y muestra de ello es la magnificencia de su templo, con rica imaginería de Juan de Juni, Jerónimo del Corral y Cristo­bal Andino. Destaca el retablo barroco, en piedra y las bóve­das del crucero, en las que están grabadas sobre las pechinas de la cúpula los escudos de armas de los Almirantes de Casti­lla.




La larga y estrecha calle de los Lienzos llega hasta la iglesia de Santiago, que está en una plaza desierta a esta hora crepuscular. Tiene dos portadas, una gótica que diseño Gil de Hontañón, y otra plateresca. Su interior, de tres naves, es gótico-renacentista, con bóvedas barrocas realizadas por Felipe Berrojo. Las imágenes de la iglesia de Santiago son las más patéticas de Medina de Rioseco. Entre ellas merecen citarse la Dolorosa de Juan de Juni, el Cristo de Becerra y el Nazareno de Gregorio Fernández. El retablo central es obra de Joaquín de Churriguera, con relieves y tallas de Tomás de Sierra.


Juan de Juni vivió y tuvo su taller en Medina de Rioseco, junto a la muralla de la ciudad, durante los muchos años que trabajó para los Almirantes y para las diversas iglesias de la ciudad. Cuando estaba esculpiendo la capilla de los Benavente enfermó y no pudo continuar su obra, por lo que fue denunciado por los ecle­siásticos de Santa María por la respon­sabilidad de no terminar el conjunto escultórico. Murió poste­riormente en Valladolid y los jueces precintaron su taller, donde no encontraron más que las humildes ropas y los utensi­lios de su trabajo artesanal. Fama y riqueza no iban unidas en nuestros más grandes artistas del barroco.


Además de estas iglesias y del convento de San Francisco, en Medina de Rioseco está el convento de San José y el convento de Santa Clara. El convento de San José, de las car­melitas descalzas, es de esti­lo herreriano, y está situado donde se separan las carreteras de Toro y de León. El convento de Santa Clara está en la salida de la carretera de Valladolid, junto al río Sequillo. El viajero no se acerca a verlos porque ya es noche cerrada y después del artístico paseo nece­sita una buena cena en alguno de los mesones que hay en la zona de las antiguas murallas. Después de un abundante plato de carne y un queso tierno de oveja, además del pan blanco de la tierra, aún le quedan ganas de ver las puertas de la mura­lla.




La puerta de Ajujar está situada en la plaza del mismo nombre, junto a la calle del Candil, muy cerca del río Sequillo. Tiene un arco sólido, de piedra y ladrillo, ligeramente ojival. A través del arco puede verse la estrecha calle de los Cueros, y al fondo la iluminada torre de la iglesia de Santa María. La Puerta de Zamora, cerca de la carretera de Toro, en las proximidades del antiguo castillo de los Almiran­tes, se conoce también como Puerta de las Nieves, porque por ella se va a esta ermita, que está emplazada en el altozano de la Mota, donde estuvo el cas­tillo.


El viajero vuelve por las calles del centro que con­fluyen en la Rua Mayor. Después de tomar un refresco cerca de la la Plaza de Santo Domingo, porque aún hace mucho calor, se retira a dormir en el hostal. A la mañana siguiente, después del desayuno y de las compras de algunas provisiones para  adentrarse en Tierra de Campos, da otra vuelta por la ciu­dad, ahora con un sol que empieza a calentar y pone sombras a las calles y a los edificios de Medina de Rioseco.


Pasa de nuevo por la plaza de San Miguel y se ace­rca otra vez a la iglesia de Santiago. Sus fachadas lucen más, aho­ra a la luz del día. Llega hasta la ribera del río Sequi­llo, con sus arboledas verdes y ama­ri­llas, reflejandose en el agua. En el Parque del Duque de Osuna, donde estuvieron los jardines del palacio de los Almi­rantes, observa las acacias, el boj y las flores de los parte­rres, junto a unas columnas con capite­les, restos de alguna construcción más antigua. El Parque se rehizo e inauguró en 1858 y se modernizó du­rante el último siglo con nuevos pavi­mentos y esculturas, además del templete de la música, donde tocaba los domingos la Banda Mu­nicipal. El Parque tuvo mucha importancia en la vida de la ciudad en los pasados años.




Cerca del Parque estaba la Estación del ferrocarril a Valladolid y a Villalar, el ferrocarril de Tierra de Campos, que le llamaban entraña­blemente "el tren burra". Una máquina y un vagón de madera, los últimos que circularon, están coloca­dos junto a la calle Garrido Capa, para recuerdo de los veci­nos de la ciudad y de los visitantes, del pasado ferroviario de la ciudad, que no ha tenido proyección de futu­ro. El Ferro­carril de Castilla, que ese era su nombre oficial, dejó de existir en 1969, ante las dificultades de moderniza­ción y las penurias económicas de la compañía propietaria, aunque se in­tentó que perdurara cediéndoselo a la Red de Ferrocarriles de Vía Estrecha (FEVE) en 1965.
 

Por la avenida de Juan Carlos I el caminante vuelve a la Plaza de Santo Domingo, y de nuevo con su mochila al hom­bro enfila la calle de San Juan, por donde se ha hecho el en­sanche moderno de la ciudad. Al llegar a la avenida de Ruiz de Alda y al Camino del Cortijo descubre otra zona arbolada. Allí está la Darsena y el final del Canal de Castilla. Este canal se empezó a construir en el año 1753, y el tramo de Tierra de Campos, desde Bece­rril de Campos y Paredes de Nava, en las  las proximidades del río Carrión, hasta Medi­na de Rioseco, se concluyó en 1849. Se ha uti­lizado para el riego de la tierra y en la navegación de barcazas para transporte de mercan­cías. El viajero se sienta un rato junto al Canal de Castilla contem­plando las ramas de los árbo­les, que casi tocan la superficie del agua, antes de seguir camino por las llanuras de Tierra de Campos.








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