viernes, 30 de mayo de 2014

9. ALCAZARÉN A SIMANCAS

         

Alcazarén. Un "cruceiro" en el camino. El río Eresma. El río Adaja. Valdestillas. Camino de Puente Duero. La Tierra de Pinares vallisoletana. El río Duero. El puente sobre el río. Hacia Simancas. Visita a Simancas.


El viajero se levanta temprano, y después de un ge­neroso desayuno, se dirige hacia Alcazarén, que no pudo visi­tar el día anterior. Alcazarén está a poco más de un kilómetro del hostal donde pasó la noche, por un camino de tierra en buen estado. Cuando está llegando a la ermita del Cristo del Humilladero, del siglo XVIII, y a las primeras casas de la localidad, salen a recibirle algunos perros, que no le distin­guen como familiar al entorno, y le ladran con gran ahínco. Continúa hacia la iglesia parroquial, de la que se ve la torre desde la vuelta del camino, antes de llegar al pueblo. está dedicada a Santiago, es de origen románico-mudéjar, y fue re­formada en el siglo XVII. En su interior hay imágenes y reta­blos barrocos, yeserías policromadas en las bóvedas, y unos frescos románicos del siglo XIII. En una posada de Alcazarén apresaron al célebre bandolero madrileño Luis Candelas, que huía de Madrid, perseguido por la Justicia. 

Luis Candelas
  
Al salir de Alcazarén se pasa por las ruinas de la iglesia de San Pedro, de las que se conserva parte del ábside. Se toma otro camino que atraviesa la carretera de Valladolid dos kilómetros más al norte de donde se dejó para entrar en el pueblo. Junto a la carretera hay una fábrica de resinas. Las flechas amarillas indican la continuación por el camino hacia un pinar, de agradable paso en las primeras horas de la maña­na. Algunos pájaros cantan. Un coche está aparcado fuera del camino, junto a los pinos, y un hombre lee tranquilamente a la sombra. Al final del pinar, en un cruce de caminos aparece un "cruceiro" junto a una finca llamada "Brazuelas". El "crucei­ro" fue colocado en 1980, cuando  se empezó a pasar por esta zona camino de Santiago de Compostela. En la finca hay un mu­seo etnográfico que puede visitarse a algunas horas de la ma­ñana y de la tarde.





Crucero de Brazuelas

El caminante se acerca de nuevo al río Eresma. No se ve todavía, pero se oye el ruido que produce el movimiento de sus aguas, tras los árboles y los postes metálicos de una va­lla, que separa el camino de una finca. Hay que andar dos ki­lómetros más, paralelamente al río, hasta la carretera de Ma­tapozuelos a Mojados. Al llegar a la carretera se gira a la izquierda y se cruza el río Eresma, que está próximo a su con­fluencia con el río Adaja. Un poco más allá del puente sobre el Eresma se toma un camino hacia el norte, dejando la carre­tera a la izquierda. A lo lejos se ve el pueblo de Matapozue­los en medio de la llanura castellana.   


Un kilómetro más adelante está la ermita de Siete Iglesias. El camino inicia una bajada hacia el cauce del río Adaja, que se cruza por un puente de posible origen romano, restaurado en la época renacentista. En las proximidades de la zona se han encontrado restos de la calzada romana número XXIV, correspondiente al trayecto entre Segovia y Septimanca, la actual Simancas. junto al puente sobre el Adaja el viajero se encuentra con unos ciclistas que le preguntan de donde vie­ne. Al decirles que viene desde Madrid y va hacia Santia­go de Compostela se identifican como miembros de la Asociación Ma­drileña de Amigos del Camino de Santiago que han pintado va­rios años las flechas amarillas que se va encontrando en el camino.


Cerca del río hay unos "chalets". Se continúa por un camino de arena blanca, que deja los "chalets" a la iz­quierda. Se inicia una subida y posteriormente se llega a otro pinar que está próximo al cauce del río Adaja. Siguiendo las pocas flechas amarillas  que quedan en algunas piedras que sobresa­len del suelo, por un camino que después de salir del pinar continúa paralelo al río durante cinco kilómetros, se llega a Valdestillas.


Valdestillas es un pueblo muy alargado, que se cruza por su calle principal. En Valdestillas han aparecido restos romanos de la calzada Segovia-Septimanca. citada al paso del río Adaja. Valdestillas tiene una iglesia dedicada a la Virgen del Rosario, con un ábside de piedra labrada, y una torre con­struida en época moderna. Valdestillas es un típico pueblo de la Tierra de Pinares vallisoletana, que tiene además una im­portante producción agrícola de cereales. En esta localidad se constituyó una cooperativa llamada "Vegas de Castilla", en 1959, que en sus estatutos establecía como condición para ser socio: "ajustar su vida a los principios de la moral social  católica  y  a  los  postulados  que  informan  el  nuevo  Estado". Entre los miembros de la Junta Rectora estaba el cura párroco como Consiliario eclesiástico.



Iglesia de Valdestillas

En Valdestillas se realizó una tesis doctoral en Me­dicina, entre 1902 y 1904, sobre el Paludismo en enfermos re­sidentes en la localidad por efecto del agua embalsada en unas lagunas próximas al pueblo.Por la calle principal de Val­destillas se llega al depósito de agua, a una pequeña ermita, y más adelante a la Estación del ferrocarril de Medina del Campo a Valladolid. Cerca de la Estación la carretera cruza por debajo del ferrocarril, y un poco más allá ambos pasan el río Adaja. El puente de la carretera es de origen romano, aun­que tiene el arco central reconstruido.


El camino sigue paralelo a la carretera, unas veces por la derecha y otras por la izquierda, durante nueve kilóme­tros, hasta llegar a Puente Duero. Atraviesa un pinar que tie­ne el piso muy arenoso, lo que dificulta considerablemente la mar­cha. Hace mucho calor a esta primera hora de la tarde. El pi­nar ocupa más de tres kilómetros a lo largo de la carretera. Al salir del pina­r el río Adaja se desvía ha­cia el oeste. El camino ini­cia un rápido descenso hasta llegar al cauce del río Duero y pasa por una zona de muchos "cantos rodados", que obl­igan al viajero a salir al arcén de la carretera.


Entre grandes alamedas aparecen las primeras casas de Puente Duero. Por una larga avenida se llega hasta el río. Hay varios bares a la izquierda de la calle, próximos al Due­ro, y en uno de ellos el viajero decide descansar un poco an­tes de continuar hasta Simancas. El río Duero atraviesa toda Castilla de este a oeste. en esta zona de la provincia de Va­lladolid incrementa ampliamente su caudal con la incorporación de sus afluentes Cega, Pisuerga y Adaja. Por Puente Duero el río es tranquilo, con remansos y gran arboleda en sus riberas, lo que invita al descanso a la caida de la tarde. El viajero cruza el puente medieval, de arcos apuntados, que se conserva en buen estado, sin haber sufrido grandes transformaciones en los últimos tiempos. Destacan sus altos tajamares y su anchura original, que solo permite el paso de un automóvil en un sen­ti­do, y no ha sido ampliada para adaptarse al tráfico moderno.   

Puente sobre el río Duero
  
Pasado el puente, por la ribera derecha del río, se acompaña al Duero, en su curva hacia el norte, camino de Si­mancas. Cuando el río se desvía hacia el oeste se entra en unos campos de cultivo, que se están regando a la caida de la tarde. Más adelante se entra en otro frondoso pinar. Por una pista asfaltada se llega a un restaurante, que empieza a estar concurrido a esta hora. La gente toma el fresco a la sombra de los pinos. Después se pasa por unas instalaciones deportivas. El Castillo de la villa de Simancas se recorta en la sombra que forma el horizonte. Siguiendo la carretera, un kilómetro más allá se llega al puente sobre el río Pisuerga.

El puente de Simancas es largo y estrecho. Tiene diecisiete arcos, es de origen romano y fue reconstruido en la época medieval. Ha sido restaurado y reparado en numerosas ocasiones. Hacia el norte, aguas arriba del río Pisuerga, tie­ne grandes tajamares, y hacia el sur se mezclan tajamares y contrafuertes. En el ancho río algunos piraguistas navegan por los alrededores del puente y de las primeras casas de la villa de Simancas. Al final del puente hay una terraza completamente llena de gentes.


Simancas estuvo poblada desde el siglo IV antes de nuestra era por los vacceos. El antiguo castro prerromano es­taba construído sobre un cerro que dominaba la ribera del río Pisuerga y la Tierra de Pinares, por el sur, y los montes To­rozos y la Tierra de Campos, por el norte. En la época romana se llamó Septimanca, y por ella pasaba la calzada de Mérida a Zaragoza, que se cruzaba con la que llegaba desde Segovia, por lo que fue un importante nudo de comunicaciones. En la época medieval fue conquistada por Alfonso III el Magno en el año 833, y pasó a ser una plaza importante en la línea defensiva del río Duero. Alfonso IV el Monje la hizo sede episcopal.



Plaza de Simancas

El viajero sube una empinada cuesta hasta el Castillo, que actualmente es el Archivo Histórico Nacional, y la iglesia de San Salvador, del siglo XII, restaurada en el XVI. La iglesia tiene en su interior tres naves con bóvedas de crucería estrellada y un retablo renacentista de Inocencio Berruguete. En la cercana Plaza Mayor observamos la fachada neoclásica de Ayuntamiento. Desde un pintoresco mirador, en la plaza, puede verse el río Pisuerga y los fértiles campos que le rodean.

Simancas debe su nombre actual a la leyenda de las siete doncellas que se cortaron las manos para no ser entregadas en tributo al emir de Córdoba, Abderraman II. Según la tradición el emir dijo:

“si mancas me las dais, mancas no las quiero.”

Un ejército de castellanos del conde Fernán González y de leoneses del rey Ramiro II derrotaron a Abderramán III  en los alrededores de Simancas en el año 939, aunque Almanzor arrasó la ciudad cuarenta y cinco años más tarde en su invasión de los reinos cristianos hasta Compostela. La repoblación definitiva la realizó Alfonso VI en el siglo XI.

Durante la guerra de las Comunidades se mantuvo a favor del Emperador Carlos V. En la Plaza Mayor se ejecutó a Francisco Maldonado y al obispo Acuña, dos importantes caudillos comuneros de la zona. El Castillo perteneció a los Enríquez, almirantes de Castilla y señores de Medina de Rioseco, que lo cedieron a los Reyes Católicos y al Emperador.  


Castillo de Simancas

A la caída de la tarde pueden recorrerse las viejas calles del casco urbano: el Olmo, los Valientes o el Minarete, y ver las casas de piedra con blasones que recuerdan el esplendoroso pasado de la localidad. Entre ellas hay numerosos restaurantes que ofrecen los platos de la cocina castellana tradicional, pastelerías y tiendas de artesanía. Las sombras de la noche van tomando poco a poco la ciudad mientras las luces de las terrazas de los bares invitan a un merecido descanso.
                    




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