miércoles, 14 de mayo de 2014


6. HACIA SANTA MARIA LA REAL DE NIEVA.

Subida a Zamarramala. Vista de Segovia. Zamarramala. Camino de Valseca. El cura de Valseca. Hacia Los Huertos. Los H­uer­tos. La vía del ferrocarril a Medina del Campo. El río Eresma. A través de un pinar. Camino de Añe. Añe. El río Moros. Pasando calor hacia Pinilla Ambroz. Pinilla Ambroz. Carretera a Pascuales. Un café en la carretera. Santa María la Real de Nieva. Historia de la ciudad. El Monasterio.



El viajero, desde la iglesia de la Vera Cruz, empie­za a subir la empinada cuesta de la nueva carretera que va a Zamarramala. En otro tiempo los habitantes del pueblo tenían que bajar y subir desde la población a la iglesia de la Vera Cruz por un camino en la ladera de la montaña para los actos litúrgicos, porque no había otra iglesia en Zamarramala. Des­pués de caminar dos kilómetros hacia arriba llega a las prime­ras casas del pueblo, y a la ermita de San Roque.


Iglesia de la Vera Cruz y Zamarramala

Descansa un poco en el borde de la ermita, junto a un crucero y observa una lápida que dice:

"No conozco a nadie que habiéndose acercado a este lugar no haya sido conquistado por su vista sorprendente. Robert Gillon."


Robert Gillon fue Presidente del Senado de Bélgica, y un ena­morado de Segovia y sus alrededores. Haciendo caso al político belga el viajero contempla la vista del Alcázar, de la Cate­dral, y de las torres de las iglesias románicas de Segovia, antes de adentrarse en Zamarramala y en la llanura de la pro­vincia segoviana. Desde este lugar, un pintor de la tierra, Don Lope Tablada, ha inmortalizado  el crucero de la ermita, junto a las torres de Segovia como fondo de sus cuadros.

La pequeña ermita de San Roque tiene una imagen del santo con el perro. La ermita se hizo famosa con motivo de la peste de 1800, porque los vecinos de Zamarramala le llevaron en procesión a la iglesia del pueblo y la epidemia cesó. La localidad es actualmente un barrio de Segovia, aunque ante­riormente fue una pequeña aldea al norte de la capital con unas curiosas fiestas y tradiciones.

La fiesta más conocida es la de Santa Agueda, en los primeros días de febrero. Durante la fiesta las mujeres casa­das de la localidad ostentan el mando, simbolizado en la figu­ra de las "Alcaldesas" y las "Aguederas Honorarias y Perpe­tuas". Ellas ocupan los lugares de privilegio en la Iglesia y en el Ayuntamiento, y presiden todos los actos festivos. La fiesta conmemora, según la leyenda, el protagonismo de las mu­jeres de Zamarramala en la conquista del Alcázar moro, cuando bailando en la ribera del río Eresma consiguieron que se des­guarnecieran las almenas del castillo, que fue fácilmente con­quistado por el ejército cristiano.







El nombre de Zamarramala parece provenir de la le­yenda de un rey y un pastor sordo que cosía su zamarra junto a su rebaño de ovejas. El rey perdido en una cacería le pre­guntó al pastor donde estaba, y el pastor le refirió, sin oir­le, lo que estaba haciendo, coser una "zamarra mala". El rey le puso este nombre al lugar. Otra versión es la procedencia árabe del tér­mino "zamarram Alá", el mirador de Alá, en fun­ción de las vis­tas de la ciudad segoviana. El nombre empezó a utilizarse en el siglo XV. Antes se llamaba Miraflores de la Sierra, nom­bre que ahora pertenece a un municipio madrileño.

El viajero recorre las calles de Zamarramala hasta la actual iglesia parroquial, dedicada a Santa María Magdale­na, de estilo renacentista, construida a partir de 1624. En el exterior destaca una torre con cinco campanas. El interior presenta una sola nave con varias capillas laterales y una sacristía con una cúpula de cuatro paños. En la sacristía hay un lienzo de la Inmaculada Concepción y un Cristo tallado, ambos del siglo XVIII. La iglesia fue ampliada en 1784.

Llega a las últimas casas del pueblo y bordeando las naves ganaderas, por la carretera de circunvalación, toma un camino que utilizan los tractores y otras máquinas de labranza para encaminarse hacia Valseca. Según avanza por el áspero y reseco campo segoviano observa el continuo discurrir de auto­móviles por la carretera de Cuellar, que va separándose cada vez más del camino de Valseca. Se cruza con algunos tractores que vienen hacia Zamarramala.






Entre Zamarramala y Valseca

El terreno es calizo en su mayor parte, de color blanco amarillento, y está mezclado en algunos casos con are­niscas feldespáticas y gredas ferruginosas. Las tierras de cultivo, sobre este basamento geológico, son de buena calidad. El clima es seco la mayor parte del año, y se acentúa en estos días de verano. Según avanza la mañana el calor va haciéndose cada vez más fuerte y el caminante avanza con dificultad.

                   










Detrás de un pequeño altozano se ven las primeras casas de Valseca y la torre de la iglesia. Al acercarse al pueblo se pasa junto a algunas naves con ganado estabulado. Al caminante le llegan olores de animales que ya no recordaba desde los años de su juventud en estas tierras de Castilla. Continúa hasta el centro del pueblo, donde está la Plaza Ma­yor y el Ayuntamiento de la localidad, y entra en la iglesia pa­rroquial, cuya torre tiene un her­moso cimborrio.

La iglesia nueva es de estilo barroco y fue cons­truida en 1749 aprovechando una época de bonanza económica del pueblo. Anteriormente hubo otra iglesia románica desde 1479, que fue varias veces reconstruida: en 1576, 1589 y 1609. La iglesia tiene p­lanta de cruz latina con una sola nave. Las bó­ve­das es­tán sos­tenidas sobre pechinas. Tiene un retablo mayor dedicado a Nue­stra Señora de la Asunción, realizado en 1792, y otro retablo más antiguo, de 1642, además de altares y capi­llas colaterales. Hay una pila bautismal de 1509 y pinturas de 1595. En el exterior, la entrada principal, orientada hacia el oeste tiene un porche. Posteriormente, en el siglo XIX, se ha abierto otra puerta en la fachada norte.

Todas estas características de la iglesia se las comentó al viajero el cura párroco de la localidad, Don Isidro Marazuela, que encontró saliendo de su casa para meter el co­che en el garaje. Al decirle que iba andando hasta Santiago de Compostela, el párroco le contó que el mes anterior habían pasado por Valseca otros peregrinos hacia el mismo lugar. Le selló la credencial compostelana y se despidieron poco antes del mediodía. El viajero entra en un bar para tomar un café y un bocadillo, antes de continuar su camino.




Iglesia de Valseca

El caminante desde la Plaza Mayor se desvía a la izquierda por la calle de Los Huertos, al final de la cual sale un camino que se dirige a esta localidad. Según se aleja de Valseca el camino tiene una suave pendiente, que se sube con fa­cilidad. A medio kilómetro de Valseca hay unas naves agrope­cuarias en construcción y un cruce de caminos. Toma el de la derecha y continúa hasta encontrar un pastor, con un rebaño de ovejas y un perro, que le indican que va bien para Los Huer­tos. Hay que seguir hasta la chopera que se ve en el horizonte y bajar una pequeña cuesta hasta un valle por donde pasa la carretera de Hontanares de Eresma. El pastor usa algu­nas palabras para llamar al perro que no oye desde su juven­tud, pero que rememora rápidamente. Se despide del pastor y continua el camino. Poco después de media hora entra en Los Huertos.       

Los Huertos es más pequeño que Valseca. Un vendedor ambulante recorre las calles del pueblo con su camión ofre­ciendo su mercancía con un micrófono. El calor de las primeras horas de la tarde hace que todas las casas estén cerradas y haya muy pocas gentes por las calles. El viajero no entra en la iglesia parroquial, que está cerrada cuando pasa por ella. Lee en su guía del itinerario que está también dedicada a Nue­stra Señora de la Asunción, y que es una mezcla de estilos arquitectónicos. Su construcción es del siglo XV. ¡Qué anti­guos son estos pueblos! piensa, antes de continuar andando hasta la salida del pueblo. Encuentra una pequeña ermita y la vía del ferrocarril de Segovia a Medina del Campo.





Los Huertos

El caminante sigue la vía del ferrocarril durante tres kilómetros. Ha llovido hace unos días y algunos charcos profundos rodean la vía férrea. Tiene que caminar por las tra­viesas de madera que unen los railes aprovechando que no pasan trenes mientras sigue el trazado del ferrocarril. Entra por un camino en un terreno cercado pensando que habrá una salida más adelante, pero debe volver atrás, cuando comprueba que que no puede continuar y que la cerca es demasiado alta para saltar­la. La vía atraviesa una pinar que permite avanzar sin calor a estas horas de la tarde.

El ferrocarril se acerca al río Eresma. Cruza la vía y el río por el puente de una carretera que va a Carbonero de Ahosia, localidad próxima. Sigue por la carretera durante me­dio kilómetro y se desvía a la derecha, siguiendo las fle­chas amarillas, en las proximidades de una casa, para adentrarse en un pinar. Es dificil seguir las flechas en el pinar. Algunas de ellas están borradas. Unos trozos de plástico amarillo las suplen, colgados de las ramas de los árboles. Hay un ligero riesgo de perderse en este pinar porque no hay suficientes referencias. Las torres de las iglesias de los pueblos próxi­mos no se ven por las ondulaciones del terreno.


 
Camino de Añe
  
Después de cruzar el pinar aparece un sendero en mal estado, lleno de hierbas, sobre el que vuelve a haber flechas amarillas en su comienzo. El caminante sigue adelante entre los altos herbazales en dirección a Añe. Un kilómetro más all­á divisa la espadaña de la iglesia y las primeras casas del pue­blo, al superar la parte más alta del terreno. Recorre las calles sin encontrar a casi nadie. Todavía hace mucho calor. Busca el único bar que hay en el pueblo, pero no tienen ningu­na bebida para poder llevarse. Le dan agua fresca y llena su cantimplora. Pasa junto a la iglesia, en el borde de la carre­tera, dedicada a San Juan Bautista y construida en 1408, con reformas posteriores. Descansa un poco, en una sombra, a la sa­lida del pueblo, antes de cruzar el río Moros.

El puente del río está ocupado por un rebaño de ove­jas, que se apiñan unas junto a otras intentando pasar todas a la vez. Un tractor espera al otro lado a que pasen las ove­jas. El caminante hace lo mismo, hasta que se despeja el puen­te y puede pasar, cruzándose con el tractor. Junto al río hay una alameda, cuya sombra todavía se agradece. Un kilómetro más adelante las flechas amarillas indican el desvío por un camino ancho, hacia la izquierda, que inicia una ligera subida sobre un terreno con arbustos y otras vegetaciones características de monte bajo.

La pendiente del camino va en aumento y el sol aún ca­lienta mu­cho. El viajero tarda una hora más en llegar a Pi­ni­lla Am­broz. Las primeras casas son instalaciones ganaderas que despiden un fuerte olor. Se encamina a la plaza y a la fuente pública que hay en una de las esquinas. Al lado está la iglesia, dedicada también a San Juan Bautista. Es de aspecto renacentista. Unos chiquillos pasan con unas bicicletas. Les pregunta por el camino de Pascuales y le indican que siga la carretera que hay junto a la iglesia, hasta la salida del pue­blo, y después todo seguido.





Iglesia de Pascuales


Pascuales está a dos kilómetros de Pinilla Ambroz, junto a la carretera comarcal a Santa María de Nieva. Hay unas pocas casas y una iglesia. El pueblo es más pequeño que Pini­lla Ambroz. Un poco más adelante hay un bar en la carretera. El viajero quiere tomar una bebida fresca y sentirse otra vez fuera del mundo tan ruralizado que acaba de pasar. Desde la salida del bar se ve la cota más alta de la zona, Peña Pini­lla, de 1002 metros, ciento treinta metros de altitud más que el cauce del río Moros, que pasó antes de subir a Pinilla Am­broz. Junto a Peña Pinilla pasa el camino directo de Pinilla Ambroz a Santa María de Nieva, que indica la guía del Camino de Santiago.

Según se acerca a Santa María encuentra el polide­portivo municipal, una gasolinera y algunas naves industria­les. La tarde está muy avanzada cuando entra en la villa fun­dada por la reina Catalina de Lancáster, esposa de Enrique III, en 1395. Tres años antes el pastor Pedro Amador había encontrado la imagen de la Virgen enterrada en el pizarral de Nieva, que se llamó posteriormente Nuestra Señora de la "Sote­rraña". La reina, devota de la Virgen encontrada, potenció la creación del Santuario y de la villa de Santa María la Real de Nieva, bajo el patronazgo real, con la oposición de la Comuni­dad de Villa y Tierra de Segovia, con gran poder político y económico en el siglo XIV, y del municipio de Nieva, que plei­tearon ante el rey Enrique III por la posesión de la imagen y del Santua­rio.
        
Santa María tuvo grandes privilegios reales en el orden fiscal, y a pesar de su pequeña extensión territorial, que le impedía depender económicamente de la agricultura, fue desde el principio asentamiento de artesanos tejedores y de otros oficios. Durante la revuelta de las Comunidades permane­ció en el lado del Emperador lo que le agenció nuevos privile­gios reales posteriormente. Desde el siglo XV se desarrolló la fabrica de paños y de utillaje agrícola, hasta la recesión económica del siglo XVIII. Un nuevo resurgimiento se produce a partir de 1886 y un declive de población a partir de los años sesenta del siglo XX. 
 

  
Iglesia de Santa María la Real de Nieva

El Santuario de la Virgen de la "Soterraña" se empe­zó  a construir en las mismas fechas que la villa y fue cedido a los monjes dominicos. Las obras avanzaron paulatinamente a la muerte de Catalina de Lancáster, durante el reinado de su hijo Juan II, y continuaron en la época de Enrique IV y de Isabel la Católica, con aportaciones reales y de los propios habitantes de Santa María. La arquitectura de las órdenes men­dicantes, franciscanos y dominicos fue más austera que otras construcciones anteriores, aunque siguió manteniendo influen­cias cistercienses.


La iglesia, de transición del románico al gótico, tiene tres naves y un crucero. La puerta de acceso se encuen­tra en el lado norte, y el claustro en el lado sur. El claus­tro es de estilo románico, y tiene p­lan­ta cuadrada. Ha sido decla­rado mo­numento na­cional. Era el lugar de cele­bración de las ceremo­nias litúrgi­cas a las que podía asis­tir el pueblo. Se conti­nuaron reali­zando obras de acondi­cionamien­to durante los si­glos XVI, XVII y XVIII. Después de la desamortización de Mendizábal el Monas­terio fue abandonado y la iglesia pasó a ser la parroquia de la villa.





Claustro del Santuario

En la iglesia de Santa María la Real de Nieva está enterrada la reina Blanca de Navarra, que murió en esta loca­lidad en 1441. Blanca de Navarra fue también reina de Aragón y de las Dos Sicilias. Por disposición de su hija Leonor de Foix el cadáver debía haberse trasladado al convento de San Fran­cisco, de Tafalla, dentro de su reino de Navarra, pero no hay constancia histórica de que se hiciera. Durante la restaura­ción de la iglesia, en 1994, se encontraron los restos de la reina en una sepultura cercana al altar mayor, y de nuevo se inhumaron en la iglesia en 1997.







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