martes, 15 de julio de 2014

SAHAGÚN DE CAMPOS


Entrada en Sahagún. Albergue de peregrinos (Iglesia de la Trinidad). Iglesia de San Tirso. Capilla de San Mancio. Mo­nasterio de las Benedictinas. Arco de San Benito. Monasterio de la Peregrina. Calles de Sahagún. Plaza del Ayuntamiento. Iglesia de San Lorenzo. Un poco de historia. La leyenda de Carlomagno. Primera noche en el albergue. 


El peregrino llega a Sahagún a media tarde y se dirige al nuevo albergue que se ha instalado en la restaurada iglesia de la Trinidad. Hay pocas gentes por la calle. Todavía hace calor. Pregunta a algún lugareño por el albergue del Camino de Santiago y le dicen que vaya hacia la plaza de toros, por la Ronda de la Estación. Está muy cerca de allí. Divisa la vía del ferrocarril y llega con facilidad. El alber­gue es uno de los más confortables de toda la ruta, según se indica en  las guías del “Camino”. Una estructura de madera ha acon­dicio­nado la antigua iglesia en cocinas, aseos y literas para el uso de los peregrinos. Se han mantenido los muros primige­nios y se ha restaurado la techumbre. El conjunto es franca­mente acogedor. Cuando sube a la zona de dormitorios, en las cocinas anejas, unos franceses están cocinando una abun­dan­te comida a base de pastas. Una ducha caliente y un cambio de ropa le ponen al peregrino en condiciones de visitar la ciu­dad. Poco después llega frente a su litera un hombre de media­na edad con aspecto cansado, que viene desde Carrión de los Condes. Su hija, que le acompaña, tiene los pies doloridos por las llagas producidas por muchos días de camino. Vienen desde Ronces­valles y llevan más de quince días andando. El padre se acuesta y no se levanta ni para comer en toda la tarde.





Por la calle de Antonio Nicolás el viajero llega a la plaza de Santiago, ve algunos bares donde se ofrece el “menú del peregrino” y farmacias que tienen todo tipo de productos para los pies. Continúa hasta la iglesia de San Tirso, de estilo   románico-mudéjar del siglo XII. Destaca la hermosa torre de ladrillo rojo con ventanales y arquerías decrecien­tes. Prefiere entrar más tarde en la iglesia. Más allá, en el parque de San Benito está la capilla de San Man­cio, en reconstrucción, y el Monasterio de las Benedic­tinas. El viajero entra en la capilla del Monaste­rio y asiste a los rezos de las monjas. En esta iglesia, llamada también de la Santa Cruz, reposan los restos de Alfon­so VI y de varias de sus cuatro esposas. En el museo de las Benedictinas está la custodia de Enrique de Arfe y la estatua de la Virgen Peregri­na, dos excepcionales obras de arte. La Virgen Peregrina es una talla realizada al final del siglo XVII por Luisa Roldán, escultora sevillana de la corte de Carlos II y de Felipe V. Luisa Roldán fue una de las pocas mujeres que en esos años produjo obras de arte de este nivel.





Unido al convento de las Benedictinas está el arco neoclásico de San Benito, llamado también de Carlos V, en el lugar donde estuvo el viejo templo románico de la abadía cluniacense. Ya no queda casi nada del antigüo monasterio, que desapareció con la desamortización de Mendizabal. Únicamente la Torre del Reloj y la capilla de San Mancio resistieron al incendio y saqueo del Monasterio después de la desamortiza­ción. Se vengaron así siglos y siglos de opresión de los monjes sobre los habitantes de Sahagún.

  Por la avenida de los Doctores Bermejo y Calderón, a la caída de la tarde, el peregrino se acerca al monasterio franciscano de la Peregrina, situado en un pequeño altozano que domina el río Cea y el camino hacia León. Algunas gentes aún toman los últi­mos rayos del sol veraniego.­ El Monasterio de la Peregrina fue una hermosa construcción gótico-mudéjar, que actualmente está muy deteriorada. En su interior pueden verse los artesonados en yeso de estilo morisco, que impresio­nan al viajero. En la puerta de la iglesia se venden estampas religiosas y pequeños recuerdos del Camino de Santiago. Al salir de la iglesia el crepúsculo está muy avanzado.







Un retor­cido tronco de árbol seco, en mitad de la explanada del monas­terio, recuerda al viajero los olivares de zonas más meridio­nales del País. Por las escalinatas de la calle de San Francisco se cruza la avenida de Fernando de Castro, una de las calles más importantes de la ciudad, cuando las primeras sombras del anochecer se acercan a Sahagún de Campos. El peregrino vuelve a pasar por la iglesia de San Tirso con la intención de entrar en ella, pero acaban de cerrarla. No puede ver la distribución interior de las naves y capillas, la forma del altar o de los ábsi­des, que tanto le han gustado desde el exterior. Continúa por la plaza de Lesmes Franco y por la calle de la Constitu­ción hasta la plaza Mayor, donde está el Ayuntamiento. Es una plaza porticada, con terrazas de bares, en las que hay mucha gente en estas primeras horas de la noche. En el centro de la plaza hay un templete para los músicos. La calle del fondo de la plaza, llamada de Flora Flórez está llena también de bares y meso­nes.                                         




Por el otro lado de la plaza Mayor, por la calle de la Alhóndiga, se llega a la iglesia de San Lorenzo, de estilo gótico-mudéjar del siglo XIII. Tiene una torre de ladrillo rojo similar a la de San Tirso. Está abierta todavía a pesar de la hora. Su interior es muy oscuro. En un lateral de la iglesia se encuentran diversos "pasos" de la Semana Santa de la localidad, entre los que destaca "el caballo Longinos", que representa al centurión romano que alancea el costado del Crucificado. Hay otras tallas de Gregorio Fernández que evocan la hondura popular de la Semana Santa castellano-leonesa. 




Al salir de la iglesia de San Lorenzo la noche está ya muy cerrada. El peregrino vuelve al albergue por la avenida de la Constitución, la calle de San Juan y la calle de la Herrería. Va pensando en la historia de Sahagún y en las leyendas que surgieron en esta villa en relación con el Camino de Santiago. En el sitio actual de Sahagún había ya un monas­terio en el siglo IX dedicado a los santos Facundo y Primiti­vo, que según la leyenda eran hijos de un centurión romano y fueron martirizados por dar testimonio de su fe cristiana. El monasterio fue destruido por Almanzor, en los alrededores del año 1000, cuando llegó con sus tropas a Santiago de Composte­la, en una de sus incursiones guerreras contra los reinos cristianos del norte. Alfonso VI fue el monarca leonés que más potenció el Monasterio de Sahagún. Durante algún tiempo estu­vo recluido por su hermano Sancho en el mismo monasterio y des­pués tuvo la corte en la ciudad. En honor a su segunda esposa, Constanza, de origen francés, trajo a los monjes benedictinos de Cluny al convento de Sahagún en 1072. 




El Monasterio de San Benito estuvo regido en 1080 por el abad Bernardo de Sedirac, que fue posteriormente arzo­bispo de la recién conquistada ciudad de Toledo. La abadía de Sahagún fue durante mucho tiempo la más poderosa del Camino de Santiago, extendiendo su jurisdicción desde la sierra de Guada­rrama hasta el mar Cantábrico. Durante los siglos XV y XVI destacaron varios personajes naturales de la villa: San Juan de Sahagún (1430-1479); Pedro Ponce de León, abad del monasterio en 1526; Pedro Ansúrez, capitan en la conquista de Perú, muerto en 1543 y Fray Bernardino de Sahagún (1590), primer antropólogo del Nuevo Mundo.


El Monasterio y la villa de Sahagún mantuvieron su explendor artístico y económico durante los siglos XVII y XVIII. De esta época era el arco neoclásico de entrada al convento, que aún se mantiene. Durante la guerra de la Inde­pendencia fue incen­diado y saqueado y en el reinado de Fernan­do VII inicia su clara decadencia, que culmina en la desamor­tización de 1835. Los nuevos dueños de Sahagún, que compraron los bienes del Monasterio, fueron burgueses y nobles provin­cianos que dedicaron sus esfuerzos a la agricultura y a los servicios hasta conseguir la situación de la villa en su momento actual.





La leyenda atribuye a Carlomagno un viaje a Santiago de Compostela y una batalla contra el moro Aigolando en las proximidades de Sahagún. Los soldados de Carlomagno pasaron la noche en las orillas del río Cea y dejaron clavadas sus lanzas en el suelo. A la mañana siguiente en la mayoría de las lanzas habían salido ramas y hojas. Suponiendo un milagro, en vez de arrancarlas, las cortaron a ras del suelo y se fueron a pelear con los moros. Más de 40000 cristianos murieron, pero Carlo­magno ganó la batalla. En el lugar donde estaban las lanzas se formó la chopera existente actualmente, a lo largo del río, junto al "puente de Canto", que construyó Alfonso VI, cerca del antigüo puente romano. Aymeric Picaud, peregrino francés, en su "Códice Calixtino", primer libro sobre el Camino de Santiago, cita el episodio del "Campo de las Lanzas"y conside­ra que fue el propio Carlomagno el que edificó el primer templo en honor de los santos Facundo y Primitivo. No hay constancia histórica de que Carlomag­no pasase con su ejército más allá de Roncesvalles. 




            La primera noche en el albergue del Camino de San­tiago es una experiencia diferente a cualquier otra producida en las situaciones habituales del turismo tradicional. A pesar de su naturaleza retraída el peregrino siente una dimensión solidaria y colectiva que se materializa en la cena codo a codo con otros peregrinos, en la relación con personas de nacionalidades tan distintas con un objetivo común o al com­partir unas frutas o un plato de pasta calentado con los mismos utensilios de cocina.


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