INTRODUCCIÓN
El antecedente más remoto de la Catedral, según la tradición
jacobea, fue un pequeño mausoleo romano del siglo I en el que se dio sepultura
a los restos del Apóstol Santiago después de su decapitación en Palestina (año
44 d.C) y tras su traslado por mar hasta las costas del “finis terrae”. La
cámara subterránea y la necrópolis que la rodeaba fueron atendidos por una
pequeña comunidad cristiana local, que debió disminuir hacia el siglo VIII.
En el año 813 se produjo el descubrimiento de las reliquias
del Apóstol bajo la maleza del Monte Libredón. Las encontró un ermitaño que vio
allí signos celestiales. Avisado por el obispo de Iria Flavia, el rey astur
Alfonso II mandó a levantar una primera capilla de piedra y barro junto al
antiguo mausoleo. Este templo se convirtió en sede episcopal con poder sobre
los territorios próximos. A su alrededor, buscando su protección, comenzaron a
establecerse los primeros pobladores y grupos monacales de benedictinos
encargados de la custodia de las reliquias. Eran los primeros pasos de la
futura ciudad de Santiago de Compostela.
La primera iglesia se quedó pequeña para acoger a los
fieles, por lo que entre el año 872 y el 899 Alfonso III El Grande hizo
construir un templo mayor en estilo visigótico. Esta segunda iglesia fue
destruida por el ataque de Almanzor en 997. El obispo San Pedro de Mezonzo la
reconstruyó en 1003, en un estilo prerrománico. Este tercer templo estaba aún
en pie cuando el auge de las peregrinaciones y las riquezas de Santiago
permitieron comenzar a construir en 1075 la catedral románica que hoy se
conserva, cuarto edificio sagrado sobre el antiguo sepulcro.
LA CATEDRAL ROMÁNICA
El rey leonés Alfonso VI y especialmente el primer arzobispo
de la ciudad, Diego Gelmírez, impulsaron de tal manera la Catedral, la vida
urbana y las peregrinaciones, que puede hablarse del siglo XII como el de mayor
esplendor de la historia compostelana. Esta vez no se conformaron con un
santuario que albergase las reliquias, sino que diseñaron una gran catedral de peregrinación
siguiendo el estilo que se extendía por el Camino de Santiago. Por ella
desfilarían los mejores constructores del Románico hasta llegar al Maestro
Mateo, autor de los últimos tramos de las naves, las torres defensivas del
oeste, la cripta y, sobre todo, del Pórtico de la Gloria, un conjunto
escultórico sin igual en Europa que aun hoy preside la entrada oeste.
Cuando fue consagrada en el año 1211, la Catedral ya gozaba
del privilegio de absolución plenaria,
otorgado en 1181 por el Papa Alejandro III a todo el que visitase el templo en
un Año Santo Jubilar. También concedía a los fieles un valioso documento que
acreditaba haber recorrido el Camino de Santiago y aseguraba el derecho de
asilo en la ciudad. Convertida en meta de salvación de la Cristiandad, la
catedral evolucionó con tal vitalidad que fue capaz de impulsar la construcción
de calzadas, hospitales, albergues, mercados y burgos enteros a cientos de
kilómetros de distancia, en las rutas que transitaban los peregrinos para
alcanzarla.
Con el tiempo se irían añadiendo a la planta románica
elementos góticos, renacentistas y especialmente barrocos, gracias al incesante
flujo de dinero del arzobispado y de los mecenas, que encontraban en las
capillas lugar de oración y eterno descanso. Mientras la estructura de las
naves se conservó prácticamente intacta, el número y espacio de las capillas
fue adecuándose a las necesidades del culto. En el convulso siglo XIV la
basílica adquiriría trazas de fortaleza, con torres defensivas como la actual Torre
del Reloj. Con el Renacimiento, impulsado por el arzobispo Alfonso III de
Fonseca, se levantó el claustro definitivo, que sustituyó al claustro románico
y modificó todo el lado sur y sureste del templo. Fue época de reformas
internas y adición de retablos, púlpitos y esculturas para mayor gloria del
culto al Apóstol.
EL BARROCO
La mayor revolución estética llegaría al templo en tiempos
del Barroco, que comenzó en 1660 por transformar el altar mayor y la cúpula;
para luego dar forma a los órganos, trazar el lienzo de la Puerta Santa,
embellecer la Torre del Reloj y alcanzar su mayor esplendor con la culminación,
en 1750, de la estampa más icónica de la catedral: su magnífica fachada del
Obradoiro.
Fue también obra de los maestros barrocos de la Catedral
–Vega y Verdugo, Domingo de Andrade, Fernando Casas y Novoa- el trazado
definitivo de las plazas monumentales que rodean al templo y de muchos de los
edificios colindantes. Bien puede decirse que el Barroco saltó de la catedral a
las plazas, a los monasterios y a las casas nobles, para convertir a Compostela
en la urbe barroca por excelencia de España.
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